Juaritos no se raja: con 7 asesinatos hoy, sin Geraldine, de 16 años.
La mañana había comenzado con una policía municipal más asesinada, Jazmín Mota Chávez, de 24 años, que llevaba 9 meses en esta chamba. Como ella, otros 19 agentes de esta corporación han sido asesinados en este año.
Para las siete de la tarde, ya llevábamos en Juaritos 5 asesinatos. Los viernes, en general, hay menos ejecuciones, me cuenta un ministerial. Es cuando los sicarios reciben el dinero y se van a festejar. El ritmo de cadáveres baja durante el fin de semana para comenzar con fuerza los lunes. A matar.
A esa hora, se inició en la Cafebrería Sol y Luna un encuentro entre México y Colombia. No era del Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010 (Thanks to diosito), aunque algunos de los participantes lucían sus colores en camisetas. Es en un ring improvisado, de combate, donde se combaten palabras: extractos propios de novelas, de poesías, de cuentos. Donde la vida vuelve a surgir en una ciudad que se desangra: a veces cada hora. Todos los días. Desde que comenzó la llamada guerra contra el narcotráfico del presidente de México Felipe Calderón.
Hace un calor de la chingadera. Unos 40 grados centígrados, que dentro de este espacio -de libros de la frontera con buen café, en una zona de discotecas incendiadas por no pagar cuota de extorsión y restaurantes abandonados- se agudiza fantásticamente. No hay aire acondicionado, ni modo.
Pero nadie se rinde. Como el que busca el aliento para seguir viviendo un día más. El local está lleno, en una ciudad donde pocos se atreven a salir. Los colombianos llegaron de El Paso, Tejas, que está no más cruzando uno de los tres puentes que separan a la ahora ciudad más peligrosa del mundo, de la considerada segunda ciudad más segura de Estados Unidos. Estudian el padrísimo máster de escritura creativa bilingüe en la Universidad de Texas.
Algunos, como Oscar Godoy está con su esposa y sus dos niños. Les gusta Juaritos. Y es más, este fin de semana se quedarán en la ciudad, perdiéndose por los cines vacíos (y mucho más baratos que en Gringolandia) y compartiendo con los buenos amigos.
Como los juarenses no hay nada, yo creo.
Otros, como Diego Bustos llegaron solos. Su novia paseña no se atrevió a acompañarlo, me dice. Pero él, al final es de Bogotá, de Colombia y hay pocas cosas que le asusten.
La idea de invitar a los colombianos que estudian en El Paso surgió del escritor José Juan Aboytia, profesor de literatura en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, una de las mejores de México. Los conoció y no se rajaron, como otros.
Antes del combate de palabras, de vida, tocó el arrollador grupo juarense Puente Negro. También, en el segundo tiempo. El jazz experimental gritó "Guerra en las calles". En un tema.
Afuera, el horror continuaba: la chava de 16 años, Geraldine Alcocer acaba de ser asesinada. A unos 20 minutos en carro de la Cafebrería. También, Sergio Eduardo Vega, de 20 años. Entre las calles Texoco y 5 de mayo. Cuando salían de un salón de evetos sociales, en una camioneta Honda de color azul. Y fueron atacados a balazos. A eso de las 7 de la tarde. Cuando Juaritos intentanba no rajarse: con la literatura. Y los colombianos. Y los juarenses.
Fueron los dos últimos asesinatos de un viernes con 7 cadáveres más. En la Cafebrería, el colombiano Diego Bustos leía un escrito dedicado al escritor José Saramago, que horas antes falleció en otro continente, en Spain. Me quedo con una de sus muchas frases. Vivas. Del portugués más comprometido: "Para mí, lo obsceno no es la pornografía, lo obsceno es que la gente se muera de hambre".
En Juaritos uno se muere a balazos impunes. De hambre. Y revive con las palabras: el vómito de justicia para sobrevivir entre la muerte constante.
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